Queridos Juan Pablo y Javier:
I
Soy un lector improbable. Y esto demuestra que
soy un lector del artículo La caverna de
Heráclito. Notas para un monismo filosófico, que publicaran en Amartillazos n° 6, y que hasta las notas
al pie me he leído. Y por eso también creo que soy un lector estimado. Reciban
con estima estas líneas, pues con estima las escribo, y con sincera
fraternidad. Fraternidad, vamos a decir, histórica,
por un lado (el lado de Juan Pablo, con quien he compartido y de quien he
aprendido mucho) y, por otro lado, fraternidad conceptual (el lado que emerge de la lectura del artículo, más allá
de las intuiciones previas compartidas con Parra).
Este texto no es una elaboración conceptual
profunda, sino fruto de una fuerza que se fue imponiendo a lo largo de la
lectura del artículo, más con deseos de compartir ciertos pareceres y
pensamientos que de precisar o pedir precisiones sobre ciertos términos o
problemas. Eso me gusta del artículo y en ello radica en parte lo fraterno: me
ha forzado a pensar.
II
Parto de una situación. Mi subjetividad –desde
donde leo- está surcada por años de militancia, vamos a decir, territorial y
pedagógica, en el marco de la Organización Popular Fogoneros, específicamente
en el Bachillerato Popular Simón Rodríguez. Allí las prácticas de
autoorganización (como mienta uno de los subtítulos del artículo) son –o
intentan ser- moneda corriente. Al calor de la militancia noventiana –abrigada
en la referencia zapatista como faro y en la desolación social como elemento-
fuimos forjando espacios, territorios, institucionalidades, signados por la
autonomía, por el despliegue inmanente de nuestras actividades, planificadas,
ejecutadas y evaluadas por nosotros mismos. “Tomar en nuestras manos nuestros
problemas, tomados de las manos”, podría ser una figura de aquella deriva. Lo
que de arriba no venía, por abajo se construía. Y anduvimos bastante bien,
sobre todo cuando estaba bien definido qué era lo que teníamos que construir
por abajo porque de arriba no venía. Después eso empezó a difuminarse, pues
parecía que de arriba empezaban a venir las cosas y entonces no era necesario,
ya, construirlas por abajo. Y desde ese “difuminarse” (no pretendo con esto
tampoco establecer momentos-hito de la actividad auto-gestiva para ingresar en
un ámbito de melancolía por lo que fue, sino que lo digo para situar mi
reflexión, así como ustedes comparten, y de manera muy transparente, el “desde
dónde” escriben, sobre todo en el Editorial de la Revista)… Desde ese
difuminarse, digo, se reabren las críticas y autocríticas a la falta de
“provecho” que se le sacó a esa supuesta “atmósfera asamblearia” para
radicalizar una transformación social emancipatoria en vistas de una
“inmanencia de la univocidad productiva”. (Si bien acepto que no hay un “en sí”
de los textos, también quiero que me ofrezcan maneras de pensar esto que acabo
de citar, porque lo hice aún siendo consciente que no lo aprehendo del todo, y
en el contexto de lo que voy exponiendo ustedes podrán dilucidar cuánto de lo
recibido por mí resuena en lo que ustedes quisieron expresar; o sea: pueden
decirme: “mirá, lo de la univocidad productiva no tiene nada que ver con lo que
vos estás interpretando”). Y desde ese difuminarse, la perspectiva política
(pero también ética y metafísica) que se ha restablecido, que se ha
recompuesto, es la del dualismo. No ya en quienes han apostado por un proyecto
de organización de los social desde instancias heterónomas (cualquiera que
apueste al Estado) sino en quienes nos asumíamos en la otra vereda. “El Poder”
ha vuelto a ser una chica linda, con la que vale la pena, de alguna u otra
manera, coquetear. La pregunta que se me abre, pregunta estrábica, es: ¿en qué
medida, en aquellos años noventianos, hemos fortalecido instancias dignas de
ser consideradas eco de las proclamas zapatistas? Quiero decir: ¿en qué medida
no andábamos, en nuestras militancias errantes, reponiendo fundamentos aunque
más no sea sloganísticos tales como “la revolución” o “el cambio social”? Y
digo estrábica porque mira al ayer pero mira también al hoy. O mira, mejor, a
esa “temporalidad” cuyo problema dejan planteado al final del artículo. Y allí
es donde el artículo me fuerza a pensar desde mi actualidad militante: en un
momento de retroceso del monismo –en los términos en que ustedes lo plantean-
cabe la pregunta por el modo de sostenerse allí, no a la espera de nuevas
“atmósferas” (pues repondríamos el dualismo) sino en la tenacidad de la escritura
aún cuando los lectores sean, para qué negarlo, improbables. Pero mantenerse en
la escritura. Desde aquí leo La caverna
de Heráclito.
III
El problema del posmarxismo. Hay un problema
que me punzó a lo largo de la lectura de todo el texto. El problema de la clase
como sujeto y de su relación con la emancipación social. Pues no hay sujeto sin
relación. La sustancia, por decirlo así, es la relación. Y no hay “más allá” de
lo que las relaciones van produciendo en su devenir. La lucha de clases, entre
trabajo y capital, apunta a destruir al capital y producir nuevas relaciones
humanas, sustentadas precisamente en este devenir que queda obstruido en la
metafísica estática del capital. La dinámica social auto-instituyente sólo es
pensable una vez terminada con la lógica del capital como lógica social. No
habrá inmanencia de la univocidad productiva en tanto y en cuanto el capital (o
cualquier forma que se pretenda arché sobre el caos) imponga su lógica
dualista. La pregunta que se me impuso es: ¿cómo cifrar una lucha desde un
“término” que si bien no es previo a la relación, puede pensarse sin la
relación? Quiero decir: los productores somos productores allende los
propietarios de los medios de producción, y el ser del devenir que es la lucha
de clases tiene como horizonte la supresión de la propiedad privada y de un
nuevo modo de relación social. Ése nuevo modo de relación social es lo que a mi
se me ha ocurrido llamar, con un tanguero, el co-monismo. Es decir: el monismo
que no se asume en el devenir de cualquier relación sino en la relación
fundante de la totalidad social, que es la relación social capitalista. El
problema que me aparece es la reposición de un fundamento, y se me aparece no
como fantasma teórico, sino como síntoma práctico en función de la pregunta
estrábica que les planteaba más arriba: ¿la militancia “de izquierda” le pega
al kirchnerismo allí donde el kirnchnerismo no puede responder desde su
liberal-populismo (el incuestionado modo de producción)? ¿Pero no será que en
esa crítica se cuela un fundamento que será repuesto como arché una vez que esa
crítica devenga incuestionable por devenir Poder? Esto me conduce a otra
reflexión que ancla en una pregunta que me aqueja, socráticamente, y que
desacraliza ciertos latiguillos de la militancia post-guerra fría: ¿qué carajo
es una Revolución?
IV
La cuestión no es qué es una revolución. Pues
allí vendría Nietzsche a recordarnos que toda la culpa la tiene Sócrates (no sé
en qué texto dice eso, pero aprendí que dice eso y creo entender por qué, y
creo entender que mucho de eso ustedes toman en La caverna de Heráclito…). La cuestión no sería definir qué es una
Revolución y entrar a juzgar si aquello es o no es, o, peor, a tratar de llegar
a hacer algo parecido (lo que ustedes tematizan como deber ser, si no leí mal) sino cifrar algunos problemas
–ontológicos, políticos, éticos- que apunten a una vivencia militante crítica
respecto de la libertad y la subjetividad.
V
Quiero decirles que el texto ilumina algunas
intuiciones que merodean mi subjetividad mientras padezco el calor porteño en
noches de insomnio. La Revolución no es un producto. Las reflexiones en torno
del producto y de la producción me son significativas para pensar la
Revolución. Hay en la jerga militante una consignilla que da vueltas y da
vueltas y va formateando nuestras cabezas y tanto da vueltas que a veces nos
terminamos creyendo que hay que “hacer la revolución”. Esa concepción es
deudora de muchos supuestos que operan, como dicen, desde las sombras y por el
fundamento. La Revolución parece ser un objeto que hay que fabricar. Y entonces
el fundamento que se repone es el del dualismo. El peligro es enorme: los
revolucionarios son como los carpinteros, sólo que unos trabajan la madera y
otros… ¡la Revolución! El problema es que: el carpintero se hace carpintero
trabajando la madera, pero el revolucionario es revolucionario mientras no hace
la revolución. Es casi aristotélica esta reflexión, pero me parece que puede
ser pensable así: el carpintero sólo “es” en la medida en que trabaja la
madera. No “es” carpintero. Es un hombre que “a veces” trabaja la madera. El
devenir de su relación con la madera (y
con las relaciones sociales que lo hacen posible) lo hacen “estar siendo”
carpintero. No hay “ser”, sino ser del devenir carpintero, en la relación con
la madera. En la Revolución, el Revolucionario se halla escindido de su
producto. Y lo estará, para peor, siempre. (Aquí hay algo de las pasiones
tristes, si mal no entendí a Spinoza tomando cerveza enfrente de Puan). El
revolucionario es el ser menos emancipado de todos. Lejos de la inmanencia de
la univocidad productiva, postula la trascendencia de un modelo de relación
social que ni él mismo puede experimentar, y por tanto nada puede producir más
que reproducción de lo “aún-no”. En la novela de Úrsula K. Le Guin Los Desposeídos, hay un personaje que
dice, para finalizar un discurso: “No podéis hacer la Revolución; sólo podéis
ser la Revolución”, y ese ser no es otro que el que deviene en, como dicen
ustedes, “la unidad de lo que acontece, de lo que ocurre en el mundo, en la
vida, en la existencia, no es, sino, el dibujo trazado por las relaciones que
se despliegan”, agrego yo, en la auto-organización, en las sucesivas
concatenaciones de flujos y cortes instituidos siempre por los cuerpos que los
imaginan, que los padecen, que los reinventan.
VI
Angustia del militante: la Revolución no va más
allá de sí. Las preguntas por la acumulación de poder, por la construcción de
poder (la vedette: de poder popular), por las formas que asume la organización
en la onda expansiva, por las articulaciones o alianzas que se tejen en cada
caso, carecen de sentido. Insisto: este texto también se origina en angustias
militantes. El nudo problemático que rescato del artículo es el de poner en el
tapete cuál es el horizonte (horizonte conceptual, no faro; o faro en los
términos en los que mencionaba al zapatismo al principio de este texto) de la
producción de otro-mundo en un momento en que el mundo (después que parecía que
se acababa) repone cada vez más aquello con lo que más impone: la asunción
acrítica de las formas dadas, las sentencias del fundamento que nos condenan a
ser o a no ser. Ser y no ser: esa es la cuestión. Devenir. Polética. ¿Por qué
polética? Porque en la palabra polética no sólo vive la conjunción de los
problemas éticos y políticos. También me lleva a la conjunción de los problemas
que la misma Amartillazos, desde su
autodefinición, intenta rastrear. Porque Polética puede ser una conjunción de
los problemas de la polis, como de la poiesis. Alguna vez pensé que si un día
quería escribir un libro se llamaría Poliesis.
Amartillazos es, a la vez, una revista
de filosofía, política y estética. Las reflexiones artísticas, anudadas a las
reflexiones políticas, proponen un tipo de politicidad vinculada a la creación,
a la producción. Y más si, despegadas del dualismo, pensamos que las
reflexiones políticas son a la vez reflexiones estéticas y las reflexiones
estéticas son reflexiones políticas. Y más si podemos concebirnos como
productores en relación dinámico-conflictiva con nuestras producciones y con
las condiciones de nuestra producción. La auto-producción de la vida en común
mienta estas dimensiones, y el artículo La
caverna de Heráclito… es una lectura para seguir problematizándolas.
He encontrado eco y resonancia en las líneas
que ustedes escribieron, y por eso me gusta responder. Nos alimentamos de improbables.
Así que: buen provecho y salud.
Un abrazo fraternal.
Juan Ángel
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