jueves, 28 de junio de 2007

Todos los juegos, el juego

Gracias y desgracias del planteo identitario*

—¿Quién eres ?

No era un comienzo alentador. Alicia contestó, bastante intimidada:

—Yo… yo ya ni sé quién soy… al menos sabía quien era cuando me levanté por la mañana, pero he cambiado tantas veces desde entonces…

—¿Qué quieres decir con eso?- preguntó, severa, la oruga-. ¡Explícate!

—Me temo no poder explicarme- contestó Alicia-, porque, como usted ve, no soy yo misma.

Lewis Carrol, Alicia en el país de las maravillas

Introducción

Sería pecar de necedad no reconocer que, en los tiempos que corren, la problemática acerca de la identidad se manifiesta permanentemente. Esta cuestión se encuentra implícita tanto en el guardarropa o en la colección de discos de algún miembro de cualquiera de las tantas tribus urbanas, como en la composición de colores de una camiseta de un club de fútbol o en los cánticos que los apasionados por este deporte vociferan. El concepto de identidad entra en juego ya sea en la emisión de noticias de los informativos, que cada tanto denuncian la falsificación de documentos en tanto práctica delictiva de «robo» de identidad, ya sea en el registro y clasificación policial de personas, que consolidó la dactiloscopia en tanto técnica científica que permite «descubrir / cotejar / medir» la identidad de un individuo. En todos estos casos mencionados la identidad es entendida y definida de maneras muy diversas. A saber: La identidad en tanto objeto de consumo, la identidad en tanto gesto sistemático y compulsivo, la identidad como propiedad (tan propia como expropiable), la identidad como aquello pre-determinado, estático, analizable.

Tan determinante es el modo en que entendemos la identidad que, a la hora de afrontar nuestra cotidianeidad, actuaremos de una manera o de otra dependiendo del sentido de identidad que esté operando. Es este el motivo por el que escribimos y reflexionamos acerca de este tema, porque nos resulta apremiante explicitar qué es lo que entendemos por identidad a fin de comprender un poco mejor el carácter y magnitud de nuestras prácticas. En fin, y para decirlo de una buena vez, este texto es el resultado, entre otras cosas, de ciertas problemáticas que nos atravesaron en distintos momentos. Por eso, bien vale la pena comenzar este artículo narrando, aunque más no sea de manera un tanto escueta, las vicisitudes que nos llevaron a problematizar este tópico.

Corría el segundo cuatrimestre del año 2005 [1]. Por un lado, recogiendo los frutos de la ardua labor desarrollada desde hacía tiempo en la Carrera de Filosofía, el mes de Agosto nos encontró planificando nuevas actividades en un espacio de trabajo ampliado gracias a la incorporación de nuevos/as compañeros/as. Por otro lado, también por ese entonces, nos embistió un conflicto universitario impulsado por el problema salarial que aquejaba a los/as docentes de la U.B.A. Este conflicto dio lugar a las ya conocidas medidas de lucha (paro, marchas, toma de las facultades, etc.) generando diversas posiciones al respecto: había quienes creían que, como medida de lucha, la universidad debía permanecer cerrada, otros/as, por el contrario, creían que debía llevarse a cabo una toma de la facultad a puertas abiertas con discusiones en los cursos acerca del paro docente. Mientras algunas/os pugnaban por ir a las marchas, otras/os se pronunciaban contra tal medida por considerarla limitada.

Ese conflicto, al atravesarnos como grupo recién formado, nos interpeló en un sentido muy preciso: definirnos como grupo a fin de tomar una decisión al respecto para luego actuar en consecuencia. Dicho en otros términos, asumir una identidad y, tomándola como base, intervenir en el conflicto. Este imperativo nos obligaba a dar respuesta a interrogantes del tipo «¿Quiénes somos?» o «¿Cómo nos definimos?». Como era de esperarse, no tardaron en surgir diversas posiciones al respecto y la unidad del grupo tuvo que pagar las consecuencias de albergar en su seno una multiplicidad de perspectivas irreconciliables. Estos distintos puntos de vista determinaron el modo de afrontar el conflicto universitario. Algunas y algunos rehusamos darnos una definición taxativa y, en su lugar, intentamos pensar el problema de la identidad desde las prácticas que llevábamos a cabo.

Fue entonces que surgieron preguntas como: ¿Qué implica definirnos? ¿Qué es darse una identidad? ¿Qué es o a qué llamamos identidad? ¿Es aquello que permanece? ¿O es aquello que puede estar en continuo cambio? ¿Puede no haber identidad? Y si bien asumimos que la pregunta acerca de la identidad genera un problema de difícil solución -¿Acaso hay alguna pregunta más impertinente, más incómoda, más irrespondible que la pregunta acerca de quién soy/quiénes somos?- nos parece indeseable anularla del todo. Es por esto que, en lo que sigue, presentamos y desarrollamos tres «juegos» según los cuales, entendemos, puede ser pensado el problema identitario: un modo de comprender la identidad según el cual ésta debe corresponderse a un modelo que parece trascendernos, otro donde prevalece el cambio irreflexivo y se pretende anulado el planteo mismo acerca de la identidad, y un tercer juego en el que la identidad se va construyendo desde un aquí y ahora a partir de relaciones concretas.

La Búsqueda del Tesoro

«Unidad referencial trascendente»

A un año de aquel conflicto de 2005, el problema identitario salió otra vez a nuestro encuentro. Durante el fin de semana largo de Agosto de 2006, participamos en un encuentro nacional de estudiantes de Filosofía. El mismo se realizó en la ciudad de La Plata y participaron, además de la UBA y la UNLP, estudiantes de Filosofía de las universidades nacionales de Rosario, Mar del Plata, Nordeste y San Juan. Hacia el final del encuentro tuvo lugar un plenario general en el que se intentó resolver cuál sería el carácter de ese encuentro y de los sucesivos. Los puntos que se intentaron definir fueron:

a) Qué somos: se consideró indispensable determinar, antes que cualquier otra cosa, cuál sería el carácter que le daríamos al encuentro, esto es, si se trataría de una federación, de una asamblea o de algún otro tipo de entidad. b) Quiénes somos: a su vez, se hacía necesario determinar con precisión quiénes estarían habilitados para participar del encuentro y quiénes no. Vale decir que las/os candidatas/os a quedar excluidas/os, por no ajustarse al modelo de estudiante pretendido, fueron: estudiantes de filosofía de universidades privadas, estudiantes de filosofía que no se dieran cita en el marco de una institución determinada, estudiantes de filosofía ya graduados, y un largo etc. c) Cómo actuamos: por supuesto que determinar el carácter del encuentro no se reducía a decidir tan sólo un nombre y una selección de participantes, sino que también resultó fundamental decidir acerca de cuáles serían los mecanismos de funcionamiento y de decisión que nos daríamos. En este sentido se planteó la cuestión del consenso como necesario y se sostuvo que, en caso de ausencia de consenso, el voto sería el único mecanismo de decisión posible.

Ante esta caracterización nos animamos a esbozar el siguiente esquema: si la determinación del carácter (identidad) del encuentro se da a) al margen de toda experiencia (a priori) y b) por eliminación de las diferencias (homogeneidad), entonces el único vínculo posible entre los concurrentes es el que privilegia c) una identidad del discurso (Homología) que sirve de base a una identidad de pensamiento (Homonoia), es decir, a un acuerdo, consenso, concordia.

De lo anteriormente relatado nos interesa destacar que casi todas las opiniones pronunciadas partían de la base de que era tanto posible como deseable determinar el carácter de dicho encuentro de manera absolutamente a priori. Es decir –si tenemos en cuenta que entre la mayoría de nosotras/os era la primera vez que nos veíamos las caras y que ese encuentro, por sus mismas prácticas, aún no producía nada más que el encuentro mismo– se intentaba determinar su identidad al margen de toda experiencia. La otra cara de esta pretensión fue la emergencia de un modelo a seguir que implícitamente se manifestaba como trascendente.

Cual niños que juegan a la búsqueda del tesoro, esta identidad se nos presentaba entonces como el tesoro que nos trascendía, del que carecíamos y al que buscábamos con el mayor ahínco, esperanzadas/os en conseguirlo algún día. Idealmente, y siguiendo la analogía con el juego, nos considerábamos como un grupo de participantes [2] abocados a la búsqueda de unas pistas escondidas (¿Qué somos, Qunes somos, Cómo actuamos?) con el objetivo de encaminarnos, de ese modo, al descubrimiento de algo valioso. Dependiendo de la interpretación que se le diera a las pistas, y del respeto a dicha interpretación, llegaríamos al tesoro o no lo haríamos. Los participantes de este juego indudablemente nos sentíamos partícipes de una unidad, de hecho, todas/os participábamos del mismo juego, pero ¿perseguíamos todas/os el mismo tesoro?

En vistas de que esto no fuese así se intentó anular las diferencias. Por lo tanto, tal encuentro, que se presentaba como una alternativa a lo dominante, reproducía en su interior las posturas más indeseables. Si no, veamos:

Todas las doctrinas han sufrido terribles deformaciones en el mundo, y las deformaciones doctrinarias tienden a la diversificación de los grupos que las apoyan y terminan por disociar a las comunidades que las practican. No hay doctrina en el mundo que haya escapado a este tipo de deformación, por falta de unidad de doctrina. Por eso es la función de la Escuela [peronista] la unificación de la doctrina, vale decir, dar unidad de doctrina a los hombres; en otras palabras, enseñar a percibir los fenómenos de una manera que es similar para todos, apreciarlos también de un mismo modo, resolverlos de igual manera y proceder en la ejecución con una técnica también similar. [3]

Una primera aclaración: el resaltado en negrita es nuestro mientras que el resaltado en itálica corre por cuenta del General. Una segunda aclaración: tanto los estudiantes de filosofía temen, como J.D.P., lo que nosotras resaltamos y proponen lo que en el texto se encuentra originalmente resaltado. Leemos en ese temor y en esta propuesta una concepción de la identidad como un mero acuerdo en el plano del pensamiento. Dicho en otros términos, de lo que se trata es de establecer de antemano una identidad de discurso que garantice el consenso general, y el compromiso de todas/os las/os presentes con todas las decisiones que en ese marco se tomen (vale decir: la dictadura de la mayoría). Aquello que suceda, posteriormente al acuerdo y de modo efectivo, es algo que excede a quienes se manejan dentro de este paradigma. Por eso, el límite de este modo de organización radica en que el compromiso práctico y efectivo es algo que se propone a futuro en lugar de ser la base desde la cual se parte.

Podemos decir entonces que se trata de un acuerdo consistente en establecer de una vez y para siempre, independientemente de las situaciones particulares de cada universidad nacional, un modo de actuar y un plano de incumbencia. A su vez se trata de determinar qué es lo propio de un estudiante de filosofía y, en consecuencia, quién puede ser considerado como tal y quién no. En definitiva, se trata de revelar ¿n qué se reconoce un estudiante de filosofía?

Esta forma de proceder responde a una concepción de la identidad según la cual ésta consiste en un algo de lo que se carece y que, por ser sumamente preciado, es imperioso dedicar la vida entera a conseguirlo. En este sentido, se entiende que la identidad se encuentra garantizada por una instancia ideal y trascendente que opera sobre una multiplicidad, unificándola. La identidad es concebida como aquello que brinda unidad y coherencia a un conjunto de rasgos disímiles, de manera tal que logra conferirle cierta inteligibilidad. Entonces, siguiendo en este sentido, la identidad de un grupo estaría dada por la idealización de un modelo que permitiría la eliminación de la heterogeneidad y la consecución de cierto grado de homogeneidad entre las características de quienes componen dicho grupo. Desde esta perspectiva toda identidad requeriría de un mínimo de unidad [4], esto es, de supresión de las particularidades y complejidades de la cosa. Pero volvamos al episodio referido al comienzo de este parágrafo para ver cómo opera allí esto que acabamos de desarrollar.

Al encuentro que referimos asistimos estudiantes de distintas universidades que, condicionadas/os por nuestros respectivos contextos provinciales, habitamos dichas universidades bajo condiciones disímiles. En esa diversidad de experiencias somos reconocidas/os como estudiantes por dichas instituciones educativas de diversos modos. Tomemos como ejemplo el caso de la UNNE (Universidad Nacional del Nordeste) en la cual las/los estudiantes no tienen ni representación estudiantil, ni acceso a los libros de la biblioteca, ni título habilitante. Sin embargo, al margen de cómo ellas/os mismas/os se perciben y actúan, en el encuentro se intentó hacer de la condición de estudiante una condición universal a partir de la cual eliminar diferencias. Más específicamente, se intentó afrontar los problemas mencionados siguiendo recetas (el «deber ser» del estudiante, el «deber ser» de la universidad, el «deber ser» de la política académica) al margen de los procesos y experiencias de intervención que ellas/os mismas/os están recorriendo con el objetivo de modificar el modo en que habitan la universidad y en que se reconocen, son reconocidos, como estudiantes.

Esta instancia trascendente –que tanto puede ser el modelo de organización (federación o asamblea) pretendido o la idea de estudiante asumida– en un mismo movimiento unifica a una multiplicidad y genera una referencialidad. De este modo, esa instancia condiciona el accionar del grupo en tanto sus acciones se efectúan teniendo como referente a aquella instancia-una-trascendente. Tenemos entonces una identidad determinada por un modelo que se presenta como trascendente a quienes lo adoptamos, de modo tal que rige nuestro imaginario cual punto de referencia. Este modelo a priori (al margen de toda acción conjunta) apunta a iluminar y a dar sentido y unidad a las acciones que, quienes lo adoptamos, lleva(re)mos a cabo. En otras palabras: la identidad se encuentra determinada por un modelo impuesto en tanto «modelo a seguir» que justifica y explica la acción por arreglo a fines.

Otro aspecto destacable es que si hablamos de modelo, hablamos de plasmarlo en la realidad, es decir: no se ve de qué manera operar sobre esa realidad dándonos, a partir de lo que sentimos y hacemos, una configuración/composición; sino que se trata de mirar primero al modelo, dándole prioridad, para luego aplicarlo a la realidad, sea ésta la que fuera. El modelo es lo deseable, la realidad es lo adaptable. La realidad puede variar pero el modelo debe permanecer invariable y listo para ser aplicado. Nuestras necesidades, deseos, etc., pueden cambiar, sin embargo, nosotras/os debemos observar el modelo a como dé lugar. La realidad debe ser adaptada, compartimentada, de acuerdo a las exigencias del modelo. Se trata de una estructura generada a partir de ciertos valores previos que, aunque confeccionada por aquellas/os mismas/os que la adoptarán, está determinada a priori.

Finalmente señalamos que este modo de entender la identidad supone un modo de ser más auténtico que otro, a saber: quienes más se asemejen al modelo, más auténticos serán; quienes más se alejen de lo que demanda el modelo serán un copia más y más degradada. Por esto el reconocimiento de esa autenticidad operará como motivador (incentivando a buscar el tesoro) y como legalizador (discriminando entre autorizad@s y no autorizad@s).

juego del… Chamaeleo Chamaeleon.

«Dispersión irreflexiva copiona»

[…] Keats le está diciendo a su amigo Bayley que nunca ha esperado otra felicidad que la del puro presente, y agrega como al descuido: «Si un gorrión se posa junto a mi ventana, tomo parte en su existencia y picoteo en el suelo»

Cortazar, J., Casilla de Camaleón

El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante, necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona para tener al menos la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.

Girondo, O., Espantapájaros

«La vida es una pesadilla inútil: ahorra burbujas de aire». Lindo consejo para un niño que recién se asoma a la vida. Con esta recomendación pesando sobre la espalda, nos asomamos a la historia de Leonard Zelig (extraída de la película Zelig, escrita y dirigida por Woody Allen). ¿A quién no le ha pasado el sentirse terriblemente incómodo en una situación o lugar y desear tener la satánica habilidad de desaparecer o pasar desapercibido o confundirse o fundirse con el entorno? Bueno, Zelig podía hacerlo; podía convertirse en un francés ante la presencia de franceses o desarrollar facciones orientales ante un chino, e incluso tomar el aspecto y la postura de un médico ante una junta médica. Magnífico, ¿no? El mundo descubre así un hombre que se metamorfosea a voluntad: un camaleón.

Otro modo de comprender la identidad es según el modelo del camaleón. Señalamos como camaleón a quien es capaz de adaptarse a diversas situaciones modificando de modo considerable sus posiciones. La adaptación del camaleón puede ser estratégica en dos sentidos y quizás en ambos a la vez. Puede adaptarse para pasar desapercibido, cambiar si cambia la situación, invisibilizarse, no diferenciarse o buscar permanentemente la efectividad a través de la adaptación a un nuevo modelo cuando percibe que su anterior constitución se torna obsoleta. El camaleón no tiene identidad, no posee ningún atributo invariable sino que continuamente tiende a encarnarse en otros cuerpos o asumir diversas personalidades en función de (con)fundirse en escenarios diversos.

De este modo el caso de Zelig nos presenta una paradoja en la cual, en algún momento, caemos de forma casi mecánica: pasar desapercibid@s para no ser considerad@s como diferentes, antes bien, para ser tenid@s en cuenta, es decir, para pertenecer a ese todo con el cual nos (con)fundimos.

En un estado de hipnosis este extraño sujeto revela porqué asume las características de las personas con las que se rodea: «es para protegerme, para ser igual a los demás, para gustar». Aja!! Misterio revelado, el pobre Leonard se a entregado a las exigencias angustiantes de las relaciones interpersonales; ha tenido que enfrentarse a la vida... Poco a poco el carácter público de sus habilidades despierta diferentes opiniones. Hay quienes lo admiran como un héroe y desean tener su don y quienes lo utilizan para defender diferentes causas: los manifestantes en contra del trabajo explotador y el fascismo ven en Zelig al hombre capitalista que se metamorfosea para lograr sus fines; para los miembros del Ku Klux Klan el camaleón humano es una triple amenaza: judío, negro e indio!!!

Zelig se ha convertido en un fenómeno extraordinario, un símbolo apropiable e interpretable al antojo de los otros, lleno de sentido para los demás pero vacío de contenido para sí mismo. Con el tiempo, Leonard aprende que tiene que hacer sus propias elecciones morales aunque éstas le exijan un gran valor. Esto le permite, de a poco, dejar de ser un camaleón para ser al fin él mismo. Adopta sus propios puntos de vista, ama y es espontáneo; se podría decir que es un individuo que ya no abandona su identidad para formar parte de algo seguro e invisible que lo rodea. La cura de su camuflaje lo lleva al despotismo. Opina libremente pero se ha vuelto demasiado agresivo y terco. No aguanta que nadie esté en desacuerdo con él. Ahora que es alguien debe enfrentarse a numerosas acusaciones que le presentan por actos inmorales cometidos durante su camaleonismo: Leonard se ha casado más de una vez, ha tenido numerosos hijos con distintas mujeres, ha mentido, ha cometido fraudes y quién sabe cuántas cosas más...

La sociedad juzga al camaleón que ya no es. Y Zelig desaparece aterrorizado por la presión de tener que asumir posturas coherentes con sus actos. Final de la historia de un camaleón que despertó opiniones tan camaleónicas como sus actitudes.

Es extraño que las actitudes y acciones de Zelig sólo fueran juzgadas cuando podían atribuirse a una personalidad estable que adoptaba determinadas posturas ideológicas y morales. ¿Podemos distinguir el asumir una postura del actuar? Como si la responsabilidad de nuestros actos dependiera de la posibilidad de adjudicarlos a un relato continuo y coherente y, en su defecto, a la súbita afirmación de un modo de ser. La distinción entre el asumir y el actuar –si es que fuera posible–, ¿nos permite establecer una ruptura entre el pasado y el presente? O sea, la afirmación constante de un presente que niega toda continuidad, ¿permite desligarnos de un trazo previo?

juego del hilo

«Composición Relacional Inmanente»

Otra forma de relacionarnos, otra forma de jugar. Existe un juego que nosotras conocemos con el extravagante nombre de «juego del hilo». Su regla más elemental nos indica que la disposición ideal de los jugadores es en ronda, o cualquier dispersión en el espacio que permita a tod@s mirarse a los ojos e impida darse la espalda.

Como compartíamos con otr@s compañer@s cierta incomodidad, indiferencia e invisibilidad que produce la normal disposición en el aula, advertimos la posibilidad de trasladar ciertos rasgos de esta experiencia lúdica a ciertas reuniones de estudiantes de filosofía. Pusimos a rodar un ovillo de caminos recorridos con el impulso de nuestra disconformidad y con el deseo de construir colectivamente alternativas a las formas de relacionarnos y de producir conocimiento. Queríamos intervenir en la carrera pero reconocíamos la multiplicidad de sentidos que acarreábamos y no deseábamos homogeneizarnos en una única práctica. Queríamos compartir la experiencia y sumar otros sentidos pero no buscar meras «adscripciones a la causa»: inclusividad (entendida como apertura ilimitada) y publicidad (entendida como el carácter público y no publicitario), pero no pura masificación (sin mediaciones). [5]

Cualquier participante toma la iniciativa haciéndose cargo de un extremo del ovillo del hilo, interviene produciendo un sentido y, sin soltar el hilo, pasa el ovillo a otra persona. Esta segunda persona que recibe el hilo debe asumir una posición respecto al sentido que el hilo acarreaba y optar por seguir manteniéndolo, deshacerlo, reproducirlo o transformarlo. Tomada la decisión y asumida la actuación, el hilo continúa su camino por distintas personas. Como cada participante va agarrando una porción del hilo, tod@s se encuentran unid@s por un entramado que forma un dibujo y que puede variar infinitamente.

Aquellas reuniones a las que nos referimos anteriormente, y que vienen teniendo lugar ya desde hace algunos años, tienen la particularidad de ser convocadas por medio de un cuadernillo y de proponerse abrir un espacio de reflexión (y acción) acerca de la carrera en particular y la universidad en general. [6] Pero el rasgo característico de estos encuentros que nos interesa poner de relieve es que aquell@s que se dan cita, en numerosas ocasiones, llegan a conformar un conjunto bastante heterogéneo. Para especificar un poco más: están quienes se acercan por primera vez y están también quienes ya vienen trabajando junt@s desde hace un tiempo. Este último rasgo nos interesa particularmente porque nos impulsa a problematizar las relaciones entre quienes componemos el colectivo de trabajo. El punto es: ¿qué tipo de relaciones establecemos de modo tal que podamos hacer convivir experiencias disímiles?

Fuimos constituyendo un colectivo llevando a cabo diversas actividades. Ni los objetivos que nos movilizan, ni las pautas con las que nos manejamos, trascienden las actividades mismas. A diferencia de lo que sucede en el modelo de «Unidad referencial trascendente», estas actividades no se encuentran determinadas en función de un modelo exterior, ni los objetivos son ideales y abstractos, sino que están inscriptos en la cotidianeidad. La identidad está dada sólo por el hilo común que nos recorre y por el dibujo cambiante que configuramos. Quienes actuamos atendiendo al juego del hilo construimos, con nuestra interacción, un mapa relacional, un plano o un plan de inmanencia que se transforma de acuerdo a los trazos que se dibujan. Los puntos de referencia somos l@s participantes mism@s. No hay sustrato común a tod@s, ni una «Unidad referencial trascendente». Hay un hilo que decidimos sostener, una posición que puede variar, un dibujo en constante cambio y la posibilidad plena de resignificación. Ya no se trata de buscar El Tesoro, sino de estar atent@s a los datos de la experiencia misma. No hay necesidad de darse una identidad estática y homogénea, esto es, darse la unificación absoluta en pos de una identificación igualmente absoluta. Cada cual puede tener sus propias razones para sostener un accionar, para agarrar el hilo, cada quien puede aportar diferentes ideas al grupo, cada cual puede tener diferentes motivaciones. Sin embargo, el hecho de sostenerlo es lo que permite entablar relaciones con l@s otr@s. Lo que recorre el hilo, sus idas y venidas, sus curvas, amagues y nudos, es lo que hay. No hay identidad prefabricada, disfraz o máscara, que se pueda exponer a la mirada de otr@s. Lo único que hay para mostrar es lo que hacemos.

Pero se presenta un problema y éste es el problema de la continuidad. Si, como decimos, lo que se da es un dibujo que se encuentra sometido al cambio permanente, entonces las preguntas son dos. ¿Cómo hacemos para darle continuidad a lo que hacemos sin caer en la «búsqueda del tesoro»? Y ¿cómo hacemos para no empezar de cero cada vez, como hace el infeliz de Leonard Zelig?

Una posible respuesta es que en el proceso de transformación puede perderse o ganarse una forma de manifestación: el espacio puede cambiar, las personas pueden ir rotando, las actividades que se realizan pueden variar, pero nunca nada empieza de cero. Tod@s tenemos nuestras vivencias, creencias y experiencias que a la hora de juntarnos con otr@s intentamos componer. No se adopta una nueva personalidad, en oposición a la anterior, sino que todo va conformando un mapa relacional mutante. Esta forma de relacionarnos presupone no darnos una identidad prefabricada sino ir construyéndola.

No apelamos a una identidad de la unificación, no tenemos como ideal el modelo de la unicidad, sino que apuntamos a la composición de mezclas. Porque un colectivo es una pluralidad de participantes y no una unidad indiferenciada. Una identidad dada sólo por el hilo común (léase experiencia, actividad) que nos recorre y por el dibujo cambiante que configuramos. Dibujo o mapa que sólo podría ser captado si fuese posible detener la composición de temporalidades que lo recorre... captación sincrónica, fotográfica, pero incompleta en tanto no da cuenta del proceso de transformación constante. Un mapa idealmente plenificable, pero realmente inabarcable.

El juego del hilo no es una estructura en la cual las personas no importan o sólo valen por el lugar que ocupan en tanto variables, en función de un resultado o de la reproducción de la estructura. Desde el momento en que nos involucramos afectivamente en las tareas que realizamos, los lazos que establecemos manifiestan su aspecto fraternal. El espacio sigue configurándose más allá de la presencia o ausencia de cada persona pero no da lo mismo porque, como ya dijimos, el dibujo cambia de acuerdo a quién y en qué posición tome el hilo. Así podemos pensar la amistad como los lazos que establecemos en tanto no relegamos o escindimos aspectos de nuestro estar ahí: los malestares, los deseos, las dificultades, las contradicciones. No es una amistad que se sustente en lo privado o lo individual, o que se acote a una intensidad afectiva particular hacia un objeto de deseo, sino que circula como potencia de vínculos heterogéneos. Esto impone limitaciones a la práctica en tanto demanda una temporalidad diferente para construir esos lazos [7]. Así mismo surge otro problema cuando la masividad del espacio demanda la invención de otros dispositivos para sostener estos vínculos. Por lo tanto la forma de relacionarnos nos ocupa como problema porque la actividad misma la comprende.

Pilar Del Río, Cecilia Hemming, Maia Shapochnik, Romina Simon.




* Este planteo será abordado desde la perspectiva de la identidad colectiva, dejando de lado la posibilidad o no de la constitución de una identidad meramente individual.

[1] La experiencia que sigue también es tratada en los artículos «¿Cómo reconocer una unidad política?» y «El devenir de la experiencia propia en la escritura –experiencia impropia–».

[2] Entendemos a estos participantes en el sentido platónico de participación, según el cual hay algo cuyo carácter de fundado (inferior) se encuentra garantizado por una instancia fundacional (superior) que, actuando como modelo, no sólo lo causa sino que también lo sostiene en el ser a lo largo del tiempo.

[3] Perón, Juan Domingo, Conducción política, Secretaría de Política de la presidencia de la Nación, Buenos Aires, 1974, pag. 9.

[4] En este contexto utilizamos el término unidad en tanto «tendencia a uniformar”. No obstante, suponemos que hay otros modos de entender la unidad según la cual las diferencias, en lugar de ser eliminadas, perviven. Este sentido, al que nos referiremos recurriendo al término composición, será desarrollado más adelante.

[5] Ver «¿Cómo reconocer unidad política?», donde se desarrolla en profundidad la noción de unidad en tanto «mera adscripción a una causa» en términos de «unidad montonera».

[6] Ver «Germinal», en revista Dialéctica, número 17, pp. 123-8.

[7] Ver el desarrollo del problema de la temporalidad en el texto «El devenir de la experiencia propia en la escritura –experiencia impropia–».

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