jueves, 28 de junio de 2007

Sobre la Estructura

ningún libro contra lo que sea tiene nunca importancia; sólo cuentan los libros para algo nuevo y que sepan producir.

—Gilles Deleuze

«¿En qué se reconoce el estructuralismo?»

Este texto tenía como fin responder algunas preguntas que tuvieron lugar durante la lectura grupal de la Lógica del Sentido [1] en torno a las características planteadas por Deleuze sobre las series o la serialización, que luego pasa a llamar estructuras. En verdad, él no dice que son lo mismo (por lo menos no hasta la serie ocho) pero, en el segundo texto que trataremos, «¿Cómo reconocer el estructuralismo?» [2], las características de una estructura son las mismas que las que tiene una serie.

Se nos dice que toda serie, sea cual sea, siempre se organiza de forma multiserial, siempre articula por lo menos dos series y, además, se nos dice que éstas no se articulan de manera totalmente arbitraria, sino que siempre deberán tomar una el lugar del significado y la otra el lugar del significante, y además existirá siempre entre ambas un elemento en eterno desplazamiento siempre fuera de lugar, o un lugar sin ocupar que permitirá la articulación de las dos series.

Ahora bien, cuando comenzamos a leer la «Octava serie» (Lógica del sentido no está oraginazo en capítulos sino en «series»), Deleuze nos presenta la paradoja de Lévi-Strauss o de Robinson o de la estructura, como se la quiera llamar. En esta serie se nos dice: «Dadas dos series, una significante y otra significada, una está en exceso y la otra en falta». Significante que está totalmente determinado (ya que sus relaciones son siempre diferenciales) y significados que poco a poco ocupan los lugares del significante, en el caso de Robinson son las reglas sociales (la ley, la cultura) las que se tornan significantes, y es la naturaleza la que tiene que ser conquistada, esto es, el significado ordenado en los lugares. Carácter transformador de la estructura y, al mismo tiempo (y por lo menos con Lévi-Strauss), carácter puramente dialéctico del estructuralismo.

Para poner en movimiento una estructura hace falta un elemento, elemento que falta a su lugar, un elemento de valor cero, elemento que pone todo en juego, que abre el juego si se quiere, que permite el juego con la condición de que su lugar no esté ocupado nunca, o que él mismo, como ocupante sin lugar, permanezca siempre de esta manera, sin lugar… «objeto X» lo llama Deleuze. [3]

Hemos visto que la serie significante está siempre totalmente determinada, son todos los lugares posibles de ser ocupados, que se determinan unos a otros, que se relacionan siempre de manera diferencial, que existen siempre como virtualidad, virtualidad total de la estructura. ¿Podríamos hablar de un predominio del significante? Y el significado, ¿se presenta como secundario?

Si los lugares a ocupar existen siempre como virtualidad, es necesario que se ocupen los lugares para que deje de ser pura virtualidad, pura potencia. Es necesaria una actualización de la estructura, actualización que da lugar a una particularización, particularización que no deja de ser total porque dispone de todos los ocupantes… que tengan lugar.

Permitámonos un desfasaje hacia otro tema propio del estructuralismo, esto es, el gusto por los juegos y en particular nos interesaremos por su gusto por el juego de dados. Pensar es arrojar los dados. Arrojar los dados implica dos momentos: un primer momento en donde se mezclan los dados, denominado momento virtual, pues allí existen todas las combinaciones, todas las tiradas en potencia. Y un segundo momento, el particular, cuando los dados dejan de rebotar sobre la mesa de juego y se obtiene la tirada. Allí todas las tiradas se conjugan en una sola, que pone en juego todo el azar y, a su vez, este momento no se encuentra nunca cerrado sino que siempre habilita una próxima jugada. Es evidente que no podemos soltar los dados sin producir una tirada, así como no podemos juntarlos sin tener que soltarlos tarde o temprano: los dados se cuidan solos, la estructura se cuida sola.

Ahora bien, las jugadas son realizadas por jugadores y Deleuze nos muestra tres tipos de jugadores posibles, tres personajes presentados en la «Octava serie»: son el dictador, el reformista y el revolucionario, aquellos tres personajes que en un primer momento parecen quizá desdeñables aparecen ahora como jugadores, y aquí la diferencia entre la jugada y la estructura comienza a borrarse, y volvemos a nuestro tema principal, del cual quizás nunca nos habíamos apartado. Veamos pues, las relaciones de estos tres jugadores con la estructura/jugada.

El dictador es aquel que sólo acepta una jugada, una sola, y de allí todas las demás se determinan. Es aquél que cuando se tiran los dados grita: «¡Hélo aquí todo perfectamente ordenado y establecido!» Es más, se podría decir que el dictador no desea realizar ningún tipo de jugada, no realiza ningún tipo de jugada, pretende sostener un resultado por sobre los demás, resultado que le es anterior a él mismo. Pero como hemos dicho, toda estructura tiene dos series, toda jugada es doble, toda jugada explicita una serie en completo exceso y otra en defecto con respecto a la primera, una transformadora y la otra, espacio de transformación, cultura y naturaleza… La sociedad es estas últimas dos series y se hace sociedad en cuanto transforma un mundo. [4] Por ejemplo, incluso si toda la naturaleza estuviera transformada aún seguirían naciendo niños y deberían ser socializados… siempre habría exceso o vacío, como se lo quiera ver… siempre habrá que hacer cambios y esto el autoritario no lo puede tolerar. Aparece aquí el segundo jugador: el tecnócrata o reformista.

¡Ah, el reformista! El más famoso de los tres, si se quiere, el que repite al oído del dictador: «Cambiar para que nada cambie», incluso sabiendo que él y el dictador cambiarán. Si Max Weber hubiera dicho que en la reforma se encontraba el espíritu del capitalismo, sin duda no se habría equivocado, pues es en esta capacidad de hacer pequeñas actualizaciones a medida que aparecen nuevos ocupantes, pequeñas transformaciones y socializaciones, pero también normalizaciones, en fin, reordenamientos, que se encuentra la mayor potencia del capitalismo: guardar dos o tres lugares, sobrevivir y reproducirse. [5]

Y entonces… ¡Voilà! El último personaje hace acto de presencia: el revolucionario. El más interesante de los tres en algún punto. Personaje que da lugar a muchas comparaciones, pero principalmente diremos de él que es quien tira los dados, quien juega, es él quien entre los espacios existentes entre el progreso técnico y su actualización desea realizar su sueño de revolución permanente. Volver a jugar es el deseo del revolucionario, configurar de nuevo todos los lugares y los ocupantes hasta el punto en que tarde o temprano éstos se transformen en una jugada distinta, algo por venir. [6]

«¿Para qué me sirve el estructuralismo?», «¿Para qué sirve pensar las estructuras?» eran dos de las preguntas que se formulaban en las reuniones de lectura, preguntas que estaban erradas en algún punto, ya que partían del supuesto de que toda estructura está completamente determinada y cerrada sin importar el momento. Pero tal vez deberíamos preguntarnos por las nuevas formas de pensar que habilitó el estructuralismo, por aquello que produjo y aún produce, por los lugares abiertos que dejó, abiertos para pensar. Particularmente creo que el estructuralismo fue una forma de ver el mundo, de pensar el mundo, que transformó su tiempo (aún delimita el nuestro), tiempo y mundo que a mediados del siglo veinte parecían estar en los límites del existencialismo. Se podría decir que el estructuralismo puso en juego un mundo nuevo.

Por otro lado, otra de las preguntas, a la que, si bien no puedo dar respuesta completa, quizás sí pueda dar una aproximación, es: «¿Hacia dónde está yendo Deleuze con La Lógica del Sentido?», y, también, «¿con quién discute?». Y es que en algún momento se nos presentó el texto como discutiendo precisamente con el estructuralismo y quizás se veía el texto como una discusión sobre estructuras. Me parece que, a la manera en que lo marca Nietzsche, uno siempre comienza pareciéndose a aquello de lo que se diferencia. El filósofo por ejemplo, se parece en sus comienzos al sacerdote oriental. De la misma manera parece que si Deleuze utiliza términos propiamente estructuralistas no creo que sea porque esté simplemente discutiendo con ellos, sino que se parece a ellos a condición de ir diferenciándose poco a poco. Así, por ejemplo, da un nuevo sentido a términos propiamente estructuralistas como significado y significante. No hay que olvidar que pensar es hacer una jugada, jugada siempre nueva, y tampoco hay que olvidar que uno no filosofa si no tiene una jugada original para hacer o si, sencillamente, no quiere jugar.

Dicho en otras palabras, no parece ser que Deleuze esté confrontando con el estructuralismo o, por lo menos, esa no parece ser la premisa. Quizás el choque con el estructuralismo sea la conclusión, pero la primera afirmación es de una naturaleza distinta… Deleuze ya no se presenta como Deleuze/Duquesa reaccionando a lo que dice el estructuralismo, sino, más bien, siguiendo este juego de disfraces ridículos: [7] un Deleuze disfrazado de conejo blanco que se adentra en las profundidades de la estructura, que va de vuelta en vuelta, diferenciándose de la estructura, conservando alguna similitud (aunque sea sólo en las palabras), desde las profundidades hasta la superficie quizás, o más allá aún. ¿A través del espejo, tal vez?

Octubre de 2006

Emilio Guzmán




[1] Deleuze, G., Lógica del Sentido, trad. Miguel Morey, Buenos Aires, Paidós, 1989.

[2] Deleuze, G., La isla desierta y otros textos, trad. José Luis Pardo, Valencia, Pre-Textos, 2006, pp. 223-49.

[3] El ejemplo más claro, si se quiere, sobre este objeto en movimiento, es el dado por Lacan en su célebre lectura del cuento «La carta robada» de Poe. Dicho ejemplo es utilizado por Deleuze numerosas veces en la Logica del sentido y en el artículo «¿Cómo reconocer el estructuralismo?».

[4] Nuevamente se ve que no hay una determinación del tipo en que una de las partes pueda existir sin la otra.

[5] Un compañero ha marcado aquí el paralelismo entre estas reformas siempre intentando alcanzar una estructura total y la voluntad de verdad siempre detrás de una verdad última construyendo verdades a medias.

[6] Aquí se puede trazar otro paralelismo entre la voluntad de lo falso y el revolucionario.

[7] Lo del juego de disfraces surge de un chiste en las reuniones de lectura por el cual se relaciona a Deleuze con el personaje de la Duquesa en Alicia en el país de las Maravillas. La descripción del comportamiento de la Duquesa puede encontrarse (además de en el libro de Carroll) en la «Quinta serie» de la Logica del Sentido.

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